La Fiesta de la “Entrada” de la Madre de Dios en el Templo en el Canon de Jorge de Nicomedia

Hoy la esposa de Dios resplandece en la casa del Señor

El 21 de noviembre las Iglesias cristianas celebran una de las doce grandes fiestas, la “Entrada” de la Madre de Dios en el Templo. Es una de las fiestas relacionadas con la dedicación de una iglesia en la ciudad santa de Jerusalén. Muchos de los aspectos presentes en los textos litúrgicos, proceden del Protoevangelio de Santiago, un apócrifo con notable influjo sobre diversas fiestas en oriente y occidente.

El icono evidencia los diversos aspectos presentes en los textos litúrgicos: el cortejo de las diez doncellas que acompañan a María, con claras referencias al evangelio de Mateo ("vírgenes portando lámparas, alegrándole el camino a la siempre Virgen"); Zacarías que introduce a María en el templo y en el Sancta Sanctorum: "Hoy es conducido al templo del Señor el templo que acoge a Dios, la Madre de Dios"; finalmente, el alimento con el que María es alimentada por el arcángel Gabriel, prefiguración del alimento verdadero: la Palabra de Dios y los Santos Dones, alimentos que se reciben en la Iglesia.

El canon del Matutino se atribuye a Jorge (+860), metropolita de Nicomedia, autor de diversos textos que han sido acogidos en la liturgia bizantina. A lo largo de las nueve odas del Matutino se desarrolla, a partir de los títulos dados a la Madre de Dios, el tema central de la fiesta: María entra en el templo de Dios para convertirse Ella misma en templo del Verbo de Dios.

Partiendo de la imagen veterotestamentaria del arca de la alianza, María es llamada arca, receptáculo de Aquél que es la verdadera alianza entre Dios y los hombres: "Como templo viviente, arca de Dios, nunca suceda que manos profanas la toquen. Maravillosamente, oh pura, la Ley te ha prefigurado como tienda y urna divina, como singular arca, velo y vara, templo indisoluble y puerta de Dios". El título de tabernáculo se refiere a Cristo mismo: "Hoy es conducida al templo la Virgen toda inmaculada, para convertirse en tabernáculo de Dios, rey del universo; aún siendo una niña en la carne; y el gran sacerdote Zacarías, alegre, acoge como tabernáculo de Dios, a la Virgen, hija de Dios y Madre de Dios, que es conducida al templo del Señor: Ella que fue predestinada por todas las generaciones, para ser tabernáculo de Cristo, soberano universal y Dios de todas las cosas".

El título más presente en todo el canon de la fiesta es el de templo. Ella es el templo que acoge a Dios mismo: "Hoy el templo viviente de la santa gloria de Cristo Dios nuestro, la pura, la única bendita entre las mujeres, es presentada en el templo de la Ley para morar en el santo de los santos. Es colocado en el interior del templo de Dios el templo que acoge a Dios, la Virgen santísima".

Jorge el himnógrafo, a partir de la imagen de la puerta intransitable del templo, tomada del profeta Ezequiel (44, 1-3), ve a María que se convierte también Ella misma en puerta intransitable en su virginidad, pero también en entrada del Verbo de Dios en el mundo por su Encarnación: "La puerta gloriosa, inaccesible a los pensamientos, traspasadas las puertas del templo de Dios, nos invita ahora a reunirnos para gozar de sus divinas maravillas; la Ley te ha prefigurado como tienda y urna divina, como singular arca, velo y vara, templo indisoluble y puerta de Dios; viéndote proféticamente Salomón como Aquella que acogería a Dios, te llamó con palabras enigmáticas puerta del Rey, viviente fuente sellada, oh Madre de Dios, de la cual ha manado la límpida agua".

Cada una de las odas del canon de Jorge de Nicomedia se cierra con una estrofa que da la clave cristológica de todo el texto: "Cristo nace, rendidle gloria; Cristo desciende de los cielos, salid a su encuentro; Cristo está sobre la tierra, alzaos; el Hijo que antes de todos los siglos ha sido engendrado del Padre, y en los últimos tiempos de la Virgen, sin semen, se ha encarnado; renuevo de la raiz de Jesé, y flor que procede de ella, oh Cristo, de la Virgen has brotado".

(Publicado por Manuel Nin en l'Osservatore Romano el 20 de Noviembre de 2011; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)