Los “Domingos V-VI de la Anunciación” en la Tradición Siro-Occidental

José, hombre del sueño y de la fe

Con los seis Domingos de la Anunciación, el año litúrgico siro-occidental prepara al Nacimiento del Verbo de Dios encarnado: en los dos primeros con el anuncio de los nacimientos del Bautista y de Cristo; en el tercero y el cuarto con la visitación de María a Isabel y el nacimiento de Juan; en el quinto y sexto con la manifestación en sueños a José y la genealogía según Mateo. Estos sitúan cercano, incluso temporalmente, el nacimiento de Cristo y anticipan en la celebración los lugares y personajes relacionados con el neonato: la ciudad de Belén, los pastores, los magos.

En las vísperas del Domingo de la genealogía se canta así: “Cristo Dios, Hijo del Padre, Verbo eterno que en tu gran amor hacia los hombres has querido nacer de la Virgen pura sin desposorios. Has nacido en la pequeña Belén, tú que llenas los cielos. Has dormido en una gruta miserable, tú que cabalgas sobre querubines. Has sido envuelto en pañales, tú que llenas la tierra de belleza y de colores; has sido colocado en un pesebre, tú que eres escoltado por carros de fuego”. Son imágenes vivas y contrastantes que subrayan la realidad de la encarnación del Verbo, es decir, su hacerse pequeño por amor a los hombres.

Diversos textos comienzan con la palabra “hoy”, actualizando el misterio que se celebra: “Hoy los ángeles anuncian a los pastores: Ha nacido el Salvador, Cristo Dios, en la ciudad de David. Hoy se cumple la palabra de David que dice: ‘El Señor me ha dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy’. Hoy Adán se alegra porque Dios ha nacido de su estirpe; hoy Eva salta de gozo porque por medio del parto de María, su hija, ha sido alejada la maldición y ha venido la bendición. Hoy ha aparecido una estrella en Persia que ha traído a los magos con sus dones a Belén. Hoy la gruta se convierte en un segundo cielo porque ha nacido el Hijo de Dios e Hijo de María. Hoy se alegran los pastores porque ha nacido el gran pastor de las ovejas. Hoy los sacerdotes ofrecen incienso, los diáconos sus cantos y melodías”.

El Domingo de la manifestación a José – el Domingo del sueño – se centra en el misterio de la duda y de la fe de José. En la duda frente al embarazo de María, su esposo es colocado junto a Zacarías e Isabel. De hecho, los textos relacionan la aparición en sueños a José con la visita a Isabel y el nacimiento del Bautista: “Hoy el Señor se prepara para visitar a su servidor. Hoy el poderoso llama a la puerta de su mensajero; la anciana porta en su seno la lámpara y sale al encuentro del sol de justicia. El rey entra en la morada del humilde, y Juan se postra y humildemente lo saluda. Y José queda absorto por esta maravilla y se queda perplejo viendo la manifiesta concepción y, al mismo tiempo, la virginidad. Pero el misterio permanece escondido y la duda le asalta. Tú, sin embargo, Señor, has mandado del cielo al capitán de las huestes celestiales para iluminar las angustias del justo”.

La liturgia presenta a José como el hombre de la duda y, al mismo tiempo, de la fe que acoge la palabra que el Señor le deja oír. San Efrén en sus himnos describe con diversas imágenes el papel de José en el misterio de la encarnación del Verbo: “Digna de bendición es la Madre que lo ha engendrado, como también José, llamado por gracia padre del Hijo verdadero, cuyo Padre es glorioso, pastor de toda la creación, enviado al rebaño perdido y descarriado”.

Efrén subraya, aún más, esta doble realidad de justicia y perplejidad: “Te adora José, te ofrece el Justo una corona a penas lo tranquilizó el ángel. A fin de que le recompensaras con tus mercedes te llevó en su regazo para salvarte. La justicia de José ha dado testimonio de tu pureza”. La acogida por parte de José de la palabra del ángel y del nacimiento del hijo de María es comparada por Efrén a un seno que acoge el don de Dios, con un papel fundamental en la misma genealogía de Cristo: “José, hijo de David, desposó a la hija de David, porque el niño no podía ser registrado con el nombre de su madre. Él fue así hijo de José, sin semen, como fue hijo de María, su madre, sin concurso de varón. Por medio de los dos se vinculó a su estirpe, para que de esta manera fuese registrado entre los reyes, el hijo de David. Sin cuerpo de José él fue unido a su nombre, y sin bodas de María surgió como su hijo. De David fue Señor e hijo”.

El papel de José, finalmente, es presentado por Efrén como una profesión de fe: “José abraza al Hijo en cuanto neonato, lo sirve en cuanto Dios. Se regocijó con él en cuanto bondadoso y le estaba sometido en cuanto justo. ¡Gran paradoja! ¿Quién me ha dado el que tú te convirtieras en hijo mío, oh hijo del Altísimo? Yo quise repudiar a tu madre. No sabía que en sus entrañas se encontraba un gran tesoro, para enriquecer en un instante mi pobreza. El rey David surgió de mi tribu y fue ceñido con una corona. A un gran abajamiento he sido llevado yo: en lugar de ser rey soy carpintero. Me ha tocado en cambio una corona: en mis brazos está el Señor de las coronas. Moisés portaba las tablas de piedra que su Señor había escrito. Y José escoltaba solemnemente la tabla pura, en la cual moraba el hijo del Creador”.

(Publicado por Manuel Nin en l'Osservatore Romano el 12 de diciembre de 2010; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)