«Leer el Concilio desde la Tradición o leer la Tradición desde el Concilio» (IV)

3.      Analicemos algunas cuestiones actuales

La reforma en continuidad, principal criterio hermenéutico del concilio, afirma que la ruptura o discontinuidad en la Iglesia ha sido originada no por los textos conciliares, sino por los errores cometidos en el posconcilio en referencia a su errónea aplicación. Con todo, no todos están de acuerdo en ver el concilio como un nuevo Pentecostés, pues Brunero Gherardini [1], por ejemplo, piensa que se debieran analizar uno por uno los documentos conciliares “para poder aceptarlos y abrazarlos en conformidad con la mente del mismo santo sínodo” [2], advirtiendo si están o no están libres del pensamiento modernista, por ejemplo, la fractura modernista entre historia y dogma.

            “Cuando leo los documentos del modernismo y los comparo con los documentos del Vaticano II, quedo desconcertado: lo que fue condenado como una herejía (el modernismo) ha sido proclamado ahora come lo que debe de ser y como siendo la doctrina y el método de la Iglesia” [3]. El Concilio Vaticano II ha sido un acontecimiento donde se ha buscado actualizar la Iglesia con un lenguaje más conforme  a los tiempos modernos mediante un retorno a las fuentes bíblicas, patrísticas y litúrgicas. En este sentido la palabra aggiornamento significaba el compromiso de hacer presente a la Iglesia, sin cambiarla, en el mundo moderno y entre los hombres de hoy. En definitiva, la hermenéutica de la reforma en continuidad es una respuesta actual a la reforma luterana, que fue hecha en la discontinuidad, y a toda posible reforma que en nuestros días trate de seguir aquel modelo.

La constitución sobre la Iglesia, Lumen Gentium habla de la colegialidad episcopal sobre el cual escribió J. Ratzinger: “ningún debate fue tan vehemente en el concilio como el de la colegialidad que, de salir adelante, tendrá consecuencias notables”[4]. “El vínculo entre la sacramentalidad y la colegialidad de la función episcopal constituye, a nuestro parecer, el progreso teológico más importante efectuado por el Concilio”[5].  Pero la colegialidad ha de interpretarse a la luz de la nota praevia. En esta contexto se abre la cuestión de si la potestad de jurisdicción se recibe con el sacramento del orden o se recibe posteriormente del obispo o del papa, según los casos; con la perspectiva anterior era evidente que los actos de la potestad de orden son actos de Cristo, pero los actos de la potestad de jurisdicción no son actos de Cristo, sino que dependen de la mayor o menor prudencia del superior, a quien hay que obedecer.

La constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes, habla también sobre la paternidad responsable[6], que fue un argumento cuya redacción fue muy discutida, pues se trataba de mantener o no la doctrina moral de la Encíclica Casti Connubii del papa Pío XI (31-XII-1930). Posteriormente, el papa Pablo VI publicó la Encíclica Humanae vitae (25-VII-1968) clarificando la doctrina tradicional de la Iglesia, es decir, todo acto conyugal debe estar abierto a la vida. El Catecismo de la Iglesia Católica propuso claramente la doctrina oficial de la Iglesia sobre esta cuestión[7].  La frase de San Agustín: Dilige et fac quod vis (ama y haz lo que quieres)[8] refleja muy bien la moral cristiana, pues sólo cuando se ama a Dios se es capaz de conformar la propia vida a la voluntad divina.

La declaración sobre la libertad religiosa, Dignitatis humanae, a favor de las minorías católicas, presenta el derecho de la persona humana a la libertad religiosa, es decir, la obligación de la persona de buscar la verdadera religión y de adherirse a ella sin ser coaccionada por el estado ni por persona alguna, los cuales tienen que respetar el principio de que el acto religioso es por principio libre. Es evidente, que no se habla aquí de libertad de profesar la religión que sea,  sino del derecho a que cada persona busque en libertad la religión verdadera. Ahora bien, esta doctrina no ha considerado el aspecto social de la religión y la obligación de profesar públicamente la fe las personas y las instituciones, ni tampoco ha considerado la situación de las mayorías religiosas o la posibilidad de los estados confesionales; se trataba entonces de proteger a las minorías católicas, por ejemplo, en Estados Unidos de América, y a los católicos en el telón de acero. Además, esta consideración subjetiva de la cuestión no tiene en cuenta que el error no tiene derechos, debe ser simplemente tolerado, y la conciencia, última norma de moralidad, es sólo la conciencia recta.  En fin, es evidente que una cosa es lo que dijo el concilio y otra cosa es lo que no dijo.

            La declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, Nostra aetate,  no considera la justa y debida reciprocidad frente al judaísmo y el islamismo, aunque esto no sea un motivo legítimo para callar lo que se ha decir. En este campo surgen las cuestiones hoy abiertas del deicidio, “al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis” (Hech 2, 36), y de la permanente validez de la antigua alianza, pues “bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos” (Hech 4, 12); por eso los apóstoles anunciaron el nombre de Jesús primero a los judíos y después a los gentiles (missio ad gentes). No olvidemos, por otra parte, que la Iglesia estaba acostumbrada a dialogar más con la filosofía, que con las religiones, porque desea entrar en relación con la verdad de las cosas también por el camino del pensamiento, que no se opone a la vía de la creencia.

            El decreto sobre el ecumenismo, Unitatis redintegratio, supuso una gran novedad, en general, para la Iglesia Católica. Era preciso cambiar el modo de pensar y de actuar con los ahora llamados “hermanos separados”, aunque la doctrina tradicional sobre la Iglesia no ha cambiado[9], de modo que la Iglesia de Cristo y la Iglesia Católica no son dos realidades distintas[10], en relación con la auténtica interpretación del subsistit [11]. “Y después, a mi parecer, en referencia al concilio de Trento desaparece aquella antropología pesimista; no existe más una interpretación jurídico expiatoria y cambia el mismo concepto de penitencia; no aparece más en los textos conciliares la palabra expiación. Y sobre todo cambia la mirada de los católicos hacia los no cristianos y de reflejo hacia los protestantes y ortodoxos; se produce una apertura completa al mundo. Se rompe en un cierto sentido el cisma entre iglesia y mundo. El catolicismo no es más la societas perfecta y la salvación –se vea la famosa frase de San Cipriano Nulla salus extra ecclesiam-; no es algo exclusivo de quien se adhiere a la iglesia católico romana”[12].

La constitución sobre la sagrada Liturgia, Sacrosanctum Concilium, propuso el regreso al primado de la historia salutis desde el primado de la escatología, es decir, a la memoria passionis et resurrectionis Christi, pues la resurrección sin la pasión de Cristo es mera fantasía. “La reforma litúrgica ha dado un importante paso adelante y se ha acercado a las formas litúrgicas de la iglesia luterana”[13]. Sobre la cuestión de la reforma litúrgica, realizada después del concilio, es conocida la postura de Benedicto XVI, que se explica fácilmente conociendo la historia de lo que pasó[14].

En 1990, veinticinco años después de la aprobación del Decreto Ad Gentes, Juan Pablo II publicó la encíclica Redemptoris missio para confirmar el decreto conciliar y rellenar algunas lagunas, pues fue un texto hermoso, pero incompleto al haber sido redactado de prisa, según confiesa Piero Gheddo, que participó en la preparación de ambos textos[15]. De hecho, la misión y extensión de la fe en el mundo entró en crisis después del Concilio Vaticano II.

Es cierto que algunos documentos postconciliares del magisterio pontificio han tratado de clarificar o completar el magisterio del concilio; comparemos el silencio conciliar sobre el comunismo, consecuencia de la promesa de Juan XXIII, con la condenación hecha por Juan Pablo II[16]. De todos modos, sería falso afirmar que con estas intervenciones del magisterio pontificio posterior al Concilio Vaticano II ha enterrado el Concilio, practicando la hermenéutica de la inmovilidad; más bien lo que ha sucedido es todo lo contrario, pues ha hecho resplandecer el acontecimiento conciliar desde el criterio de la reforma en fidelidad a la tradición, enriqueciéndolo según las nuevas circunstancias pastorales que se han ido presentando en el devenir del tiempo. Es evidente que algunos derroteros de algunos teólogos en las últimas décadas, en el pensamiento y en la acción, necesitaban una reorientación.

Padre Pedro Fernández, op




[1] Cf. B. GHERARDINI,Il Vaticano II,. Alle radici d´un equivoco. Lindau. Turín 2012, p. 335. El profesor Gherardini ha publicado diversos libros sobre el argumento. Cf. Concilio Ecumenico Vaticano II. Um discorso da fare. Casa Mariana Editrice. Frigento (Avelino) 2009.   
[2] SACROSANCTUM OECUMENICUM CONCILIUM VATICANUM II, Constitutiones, Decreta, Declarationes. Polyglotta Vaticana 1966, 215.
[3] JEAN GUITTON, Portrait du Père Lagrange. Editions Robert Laffont. París 1992, p. 55-56.
[4] J. RATZINGER, Das Konzil auf dem Weg. Rückblicke auf die Zweite Sitzungsperiode des Zweiten Vatikanischen Konzils. Colonia 1964, p. 36.
[5] G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II. Vol. II. Barcelona 1969, p. 306.
[6] Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitutio pastoralis Gaudium et spes, n. 50: AAS 58 (1966) 1071. Recordemos a este respecto la crisis más aguda del concilio, el día 25 de noviembre de 1965, y la famosa nota 14 del capítulo primero de la sección segunda de la Gaudium et Spes.
[7] Cf. Cathechismus Catholicae Ecclesiae, n. 2368.
[8] S. AGUSTÍN,  In Epistolam Johannis, tr. 7, 8: PL  35, 2033.
[9] Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Sobre ciertos aspectos de la doctrina de la Iglesia  (2007). AAS 99 (2007) 604-608.
[10] Cf. PÍO XII, Encíclica Humani generis: AAS 42 (1950) 571.
[11] "El Concilio había escogido la palabra "subsistit" precisamente para aclarar que existe una sola "subsistencia" de la verdadera Iglesia, mientras que fuera de su estructura visible existen sólo "elementa Ecclesiae", los cuales - siendo elementos de la misma Iglesia - tienden y conducen a la Iglesia católica". CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE. Notificación sobre el volumen "Iglesia, carisma y poder" del P. Leonardo Boff (11 - III – 1985): AAS 77 (1985) 756 – 762.
[12] RANIERO LA VALLE, Quelli che fecero il concilio. Interviste e testimonianze. A cura di Filippo Rizzi. EDB. Bolonia 2012, p. 88.
[13] L´Osservatore romano (13-X-1967), p. 3.
[14] Cf. A. BUGNINI, “Liturgiae cultor et amator, servì la Chiesa”. Memorie autobiografiche. Presentazione di Gottardo Pasqualetti. Edizioni Liturgiche. Roma 2012.  Este libro es complemento, en el nivel personal, de su otro libro La riforma liturgica (1948-1975). Edizioni Liturgiche Roma 1983 (nueva edición corregida y aumentada con notas 2003).
[15] Cf. Zenit, 21 octubre 2012.
[16] Cf. JUAN PABLO II, Encíclica Dominum et vivificantem (18-V-1986), n. 56: AAS 78 (1986) 879; Encíclica Centessimus annus (1-V-1991), n. 13: AAS 83 (1991) 810.