«El legado litúrgico de Benedicto XVI» (III)

La cuestión litúrgica actual

Hay un antes y un después con la reforma litúrgica hecha después del Vaticano II. Y esto es lo que despierta nuestra reflexión actual. En este contexto ha nacido una nueva cuestión litúrgica, que algunos comienzan a llamar confusión. Recuerdo muy bien cómo antes del Concilio deseábamos con fundamento una renovación litúrgica, pero lo que ahora se percibe es distinto; ahora es preocupación y, a veces, confusión. Antes del Concilio, sabiendo que la sagrada liturgia es oración, nos preguntábamos cómo celebrar para hacer del culto oración; ahora más bien la gente busca qué hacer para que las celebraciones sean más atractivas. La crisis litúrgica actual es diversa de la crisis litúrgica anterior al Concilio.¿Qué ha pasado?
Lo que ha sucedido ha sido la reforma litúrgica y debemos considerar con qué criterios se ha hecho para advertir si la reforma litúrgica es la causa o el efecto de la confusión, es decir, el problema es si se rechaza la reforma litúrgica o si esta reforma litúrgica se ha hecho mal. La reforma litúrgica era necesaria, no era opcional, pues era un mandato del Concilio, por eso la pregunta definitiva es ésta: ¿fue fiel la reforma litúrgica a la letra y al espíritu consiguiente del Concilio? ¿Fue una reforma en continuidad? ¿Fue una ruptura con la tradición? La auténtica reforma litúrgica es orgánica, es decir, propia de un organismo vivo, como fue la reforma del Misal de San Pío V. El Concilio Vaticano II ordenó realizar una revisión de los textos y formas litúrgicas: “Todos los ritos sean revisados íntegramente con prudencia en el espíritu de la sana tradición y reciban nuevo vigor”[1]. Pero lo que se hizo fue otra cosa: se hizo pedazos lo anterior y con estas piezas y otras precedentes, se fabricó un Misal nuevo, que se contrapuso al anterior, el cual incluso fue prohibido.
En fin, los que piensan que el nuevo Misal no fue una evolución orgánica dentro de la tradición, sino algo artificial o una ruptura, se preguntan: ¿seguimos hoy celebrando el misterio de Cristo o nos celebramos a nosotros mismos?, ¿es la liturgia un fai da te o un misterio recibido? Y ante los hechos sucedidos responden: necesitamos una reforma de la reforma litúrgica que recoja la verdadera herencia del Vaticano II; necesitamos recuperar la continuidad perdida con un nuevo movimiento litúrgico, necesitamos una reforma en fidelidad a la tradición, a saber, al depósito de la fe, pues la reforma litúrgica fue, no sólo inacabada, sino incluso imperfecta[2]. En fin, es esencial proponer una postura verdadera ante la reforma litúrgica, advirtiendo que tan insensato es condenarla en bloque, como aprobarla en su totalidad. Además, es mejor la autocrítica, que la crítica hecha por los demás. En este contexto, me gustaría que existiera más autocrítica entre los mismos liturgistas.   
En la reflexión sobre la reforma litúrgica última es preciso, pues, individualizar los criterios con los cuales fue realizada. En este sentido, no podemos olvidar el contexto en el que fue realizada, a saber, el inmediato posconcilio, que fue una época eclesial dominada por el sentido llamado pastoral; el concilio Vaticano II fue un concilio pastoral  y todo lo que siguió tenía que ser pastoral. Pero ¿qué se entendía entonces por pastoral? En aquel momento la palabra mágica era el aggiornamento. Era un acercamiento al mundo  y un abandonar todo lo que pudiera separarnos del mundo, todo lo que el mundo no entendiera. En este contexto, la revolución se ha realizado sobre todo en la praxis, aplicando criterios subjetivistas, quicio de la nueva eclesiología y, al final, estamos como estamos y celebramos lo que celebramos. Sería triste constatar que el concilio pastoral fue el menos pastoral de los concilios. Estamos dialogando con el mundo, dialogando con las otras religiones, dialogando con los otros cristianos, dialogando con los ateos, dialogando con … Yo, por ejemplo, formado en la época anterior al Concilio y durante el Concilio, en el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, me encuentro desasosegado, pues advierto dos modos de pensar y dos modos de actuar en la Iglesia y comparando ambos modos de pensar y actuar me veo obligado a elegir. Algunos afirmaron, ya al principio, que hasta en los mismos textos del Concilio hay dos eclesiologías, la de la Enciclica Mediator Dei y la de la nouvelle theologie. Pero hay una diferencia, cuando sigo la tradición me encuentro seguro en la Iglesia; cuando sigo lo nuevo me encuentro seguro sólo en la opinión de la mayoría.       
En nuestras liturgias a veces todo parece correcto y, sin embargo, poco  a poco parece que la fe profesada en nuestras celebraciones se va reduciendo a un sentimiento, a un hecho natural, a un encuentro social. Necesitamos, pues, volver a lo esencial, sin perdernos en los problemas accidentales. Nos estamos jugando el contenido sobrenatural de la liturgia, el misterio litúrgico, la experiencia salvadora de la gracia. Pero si la sal pierde su sabor, para nada sirve, sólo para ser arrojada y pisada por los hombres. Por eso, algunos comienzan a hablar de celebraciones insípidas; bellas a veces, pero siempre insípidas; por eso, tantos abandonan nuestras celebraciones, pues nada encuentran en ellas; están muertas. En fin, ha nacido un problema serio ante el cual no podemos callar; nos haríamos cómplices. En verdad ¿estamos transmitiendo a la futura generación la verdadera liturgia de Jesucristo o estamos participando en la banalidad litúrgica? Con todo, la esperanza cristiana renace siempre, pues es Dios mismo quien está manteniendo el fuego sagrado; ninguno de nosotros es imprescindible, aunque seamos necesarios. 
¿En qué consiste el cambio cultual que tratamos de señalar, acontecido con la reforma litúrgica? Es algo más que la lengua, algo más que el nuevo misal, algo más que los ritos exteriores; es sobre todo la presencia o ausencia del sentido de lo sagrado y la presencia o ausencia de lo sobrenatural que nos impulsa a celebrar con unción; en definitiva, se trata de celebrar la verdadera fe infusa o celebrar una mera ideología humana. De hecho algunos celebrando con el nuevo Misal de Pablo VI, al terminar la celebración, han escuchado que se les decía: me ha gustado la celebración, pues me ha hecho recordar las celebraciones de mi niñez. Entonces, es evidente que no es cuestión de misales, es cuestión más bien de celebrar la fe con devoción y unción sacerdotal.
Nuestra nueva cuestión litúrgica se plantea, pues, en este contexto de la reforma litúrgica, y es aquí donde encontramos con satisfacción el legado litúrgico de Benedicto XVI. Intentaremos, pues, proponer y entrar en la respuesta dada por el papa Ratzinger para asumirla nosotros, una vez nos demos cuenta puede ser la postura adecuada para sobrevivir en la confusión litúrgica de nuestro tiempo. 

Pedro Fernández Rodríguez, OP



[1] CONCILIO VATICANO II, Constitutio Sacrosanctum Concilium, n. 4: AAS 56 (1964) 98.
[2] Cf. J. RATZINGER, La mia vita: ricordi, 1927-1977. Autobiografia. San Paolo. Cinisello Balsamo 1977, 113-115.