El Misal, libro de comunión.



Narciso-Jesús Lorenzo

Artículo publicado en Liturgia y Espiritualidad (2018)

Es frecuente entre los protestantes designar la celebración dominical como servicio de la santa comunión. La Comunión, con la reforma litúrgica conciliar, es un hecho habitual y masivo de cada celebración eucarística. Es, por una parte, el punto de llegada de la celebración correspondiente a la acción de Jesús: lo dio a sus discípulos. Sería, por consiguiente también, una forma correcta para designar nuestra Eucaristía. Y, al servicio de la Comunión en cuanto rito y en cuanto fruto principal de la Eucaristía, está el misal romano.
La comunión es algo más que el hecho ritual. Algunos entienden la comunión como algo casi obligatorio. Se nos dijo durante muchos años que quien no comulga no participa de la Misa. Qué no debe haber restricción alguna en el acceso a la comunión para aquellos que participan. Entre muchos protestantes se da la intercomunión relativizando la posición confesional de cada uno a favor del elemento convivial fraterno. Se plantea, incluso, en algunos sectores liberales del catolicismo, que el acceso a la comunión sea una forma de ecumenismo. Pero la comunión es mucho más que un hecho formal, la última secuencia de un ritual. No olvidemos que los sacramentos son expresión de la fe.
El objetivo de este artículo, no será hacer un estudio sistemático de la Eucaristía como sacramento de comunión, sino mucho más concreto: realizar una modesta incursión en el dinamismo de comunión que realiza la misma celebración de la Misa a través de los textos y la ritualidad del misal. Un intento por redescubrir o descubrir el misal como libro de comunión. Digamos, ya de ante mano, que el misal es muchas cosas, pero es, sobre todo, un libro de comunión y al servicio de la comunión; con una amplitud semántica que intentaremos presentar.

¿Misal o misales al servicio de la comunión?
Una cuestión previa, que nos parece oportuna abordar aquí, es la del misal o misales para celebrar la Misa. Estos libros, bien el misal del Concilio Vaticano II, bien el del Concilio de Trento, han estado y están al servicio de la comunión, y no pueden convertirse en arma arrojadiza contra la comunión. Reproches como la actual masificación y trivialización que pueda darse en la comunión de la Misa, o la usencia de un rito de comunión previsto para los fieles en el anterior misal, no puede desencadenar fracturas y confrontación entre misales. El misal ha estado y está al servicio de la Comunión. No existe oposición entre el misal de San Pío V y el misal del Beato Pablo VI. Ambos responden a estadios sucesivos de la Tradición. Y se han de evitar posturas irreconciliables entre los que no aceptan el primero por considerarlo falto de ortodoxia y aquellos otros que, tampoco aceptan el anterior, por considerarlo insuficiente y del todo superado. Cierto que el misal de Pablo VI no es una última palabra en la forma de celebración, pero contiene las palabras y los ritos para la actual y ordinaria celebración del misterio eucarístico, que asegura a los fieles católicos de rito romano la comunión con Cristo, personal y eclesial. Benedicto XVI resolvió magistralmente estas sospechas y determinó el orden de prioridades cuando afirmó en el motu proprio Sumorum Pontificum: El misal romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la «Lex orandi» («Ley de la oración»), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante, el misal romano promulgado por san Pío V y, nuevamente por el beato Juan XXIII, debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma «Lex orandi». Así mismo a los insatisfechos que quieren proyectar sobre lo que es común, sobre la monumental obra eucológica del misal del Vaticano,  sus propias particularidades, que quieren remodelar siempre la celebración restringiendo la comunión a sus sensibilidades y entornos, el mismo Papa respondía, en una audiencia, a un grupo de obispos franceses en visita ad limina, en noviembre de 2012: el respeto a las normas establecidas expresa el amor y la fidelidad a la fe de la Iglesia, al tesoro de la gracia que custodia y transmite. La belleza de las celebraciones, mucho más que las innovaciones y las adaptaciones subjetivas, evangeliza de forma duradera y eficaz". La prioridad de lo ordinario sobre lo extraordinario no convierte las distintas y legítimas formas de celebrar en compartimentos estancos y cerrados en sí mismos, sino manifestación de la única comunión y fuente de mutua inspiración. Pero es necesario señalar que, en el estado litúrgico en el que nos encontramos, la forma ordinaria de celebración es el misal de Pablo VI, expresión de la comunión de todos. San Pio V al promulgar el misal por mandato del Concilio de Trento señaló en la constitución Quo Primum esta misma prioridad. El fin principal de la edición de los nuevos libros litúrgicos, el Breviario y el misal, es la comunión: Resulta de suma conveniencia que en la Iglesia de Dios haya un solo modo de salmodiar, un solo rito para celebrar la Misa (n. 2). Así mismo Pablo VI, en la continuidad de la Tradición, afirma el mismo objetivo de unidad y comunión en la constitución Missale Romanum constatando: Cuando nuestro predecesor San Pío V promulgó la edición oficial del misal romano, lo presentó al pueblo cristiano como un instrumento de unidad litúrgica… De modo análogo Nos, acogiendo el nuevo misal, según la prescripción del Concilio Vaticano II… confiamos que los fieles lo recibirán como un instrumento para testimoniar y confirmar la mutua unidad[1].

El misal medio para una real comunión
Sobre la base de lo expuesto en artículos anteriores, donde hemos profundizado en el misal como libro de oración, siempre atendida, y libro sacramental, siempre eficaz, elementos que hacen posible la comunión es necesario subrayar, que el punto de partida es siempre don y gracia divina. La comunión es mucho más que una atmósfera afectiva de acogida. Es más que el esfuerzo individual o de grupo por mostrar solidaridad, acogida y reconocimiento mutuo. Dimensiones necesarias pero que nunca puede dejar de lado la fe, pues supondría dejar fuera a Dios mismo. La fe como adhesión personal y la fe como testimonio de la verdad, pues dice la Escritura que sin fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6). La comunión, por tanto no es mero esfuerzo, aunque requiera todo nuestro empeño, es un don de Dios. Jesús mismo lo anuncia: Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae (Jn 6,44). Cuando hablamos de comunión nos estamos asomando a una acción, a una acción sobrenatural dinámica, pascual, progresiva, que la teología occidental ha llamado: gracia santificante y la teología oriental: theosis[2]. Ambos términos describen el don de la gracia de la redención, mediada sacramentalmente[3].
A veces resulta difícil percibir este horizonte sobrenatural en nuestras celebraciones, porque respiramos una atmosfera cultural de increencia y escepticismo, que sospecha de lo sobrenatural y que lo fundamenta todo en las propias posibilidades y convicciones subjetivas. El concepto mismo de comunión, se puede ver afectado y terminar siendo redefinido como consenso y solidaridad. Pero la comunión es don que “viene de lo Alto”. El envío del Hijo por el Padre, y la donación del Espíritu por el Hijo, constituyen el fundamente de toda comunión. Una comunión que se da sacramentalmente. La comunión con Jesús, no es mera adhesión intelectual tiene que ver con comer un “tipo” de pan. Jesús mismo lo afirmará: El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo (Jn 6,51). Estamos ante una iniciativa divino-sacramental siempre en espera de respuesta. Es respuesta reclama una doble vía de activación que consistirá: 1.-en poner en consonancia las palabras con el corazón, y 2.- en observar la objetividad del misal, en cuanto libro de fe y libro sacramental; es decir, en la atención fiel a todo lo que respecta a sus plegarias y a sus ritos.
Cristo se ha vinculado y vehiculado a la ritualidad de la Iglesia, a la que ha otorgado por su Espíritu capacidad memorial y sacramental. Por ello, en las plegarias del misal, se da una extraordinaria comunión orante que verifica aquello de: A quien vosotros oye a mi me oye (Lc 10,16). SC 7 lo corrobora: Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos. San Agustín lo había afirmado con anterioridad: Ora en nosotros (Enarrationes in Psalmos, 85, 1). Jesús se ha identificado, no sólo con las palabras orantes del misal, sino con el quehacer litúrgico, hasta poder decir que éste quehacer es el ejercicio de su sacerdocio (cfr. SC 7). Por todo ello la importancia de “observar religiosamente”, de ser fieles a esta forma de hacer, permite asegurar que se pueda dar una comunión real, porque se está dando una verdadera actio Christi. De la transcendencia de lo que digamos y hagamos con el misal, estará en juego la comunión objetiva y subjetiva en los misterios de la salvación. No debe extrañarnos, pues, la advertencia de SC 22.3: nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.

Necesaria personalización de la comunión orante del misal
Como ya apuntábamos más arriba, al presentar la doble vía de la comunión, la comunión es una realidad dialogal, una forma de comunicación. La liturgia es un acto de comunicación, por tanto, no es suficiente el dato de una fe objetiva recogida en los textos. La operatividad sacramental, si queremos llamarla así, necesita además de la respuesta personal. El texto de Apocalipsis 3,20 -que admite una interpretación eucarística- señala precisamente esta necesidad: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo. Llamada y respuesta, de una comunicación, de un cenar juntos, de una comunión. De ahí la preocupación de la reforma litúrgica por la participación como experiencia personal y que condiciona hasta la eficacia plena de la acción sacramental. Leemos en SC 11: para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina.

La comunión en el misal: una experiencia más allá de una comprensión intelectual
A veces, la idea de participación, corre el riesgo de ser vista de forma externa o formal; de un modo eminentemente intelectual, preocupándonos, por ejemplo, por una total comprensión cognitiva de los textos. Cierto que la comprensión de los textos era y sigue siendo necesaria, de ahí que la Iglesia dejase el latín como lengua ordinaria de la liturgia; pero ¿hasta el punto de condicionar las plegarias a la comprensión de los oyentes? Cierto que todo lo que se haga por avanzar en su comprensión será siempre necesario y reto permanente a la formación litúrgica y a la catequesis. Pero no hasta el punto de hacer depender los textos de la comprensión y del conocimiento de los fieles[4]. Entre otras razones porque los textos eucológicos tienen siempre por destinatario a Dios. Pero además, porque la comunicación va más allá de la comprensión intelectual.[5] No olvidemos que el sujeto orante es la Iglesia en su totalidad, lo que no solo no excluye sino que integra a todos, y también espera la implicación de cada uno. La eclesiología litúrgica es una maravillosa forma de sinergia entre el “todos y cada uno” y el libro del Apocalipsis lo resume diciendo: El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven, Señor![6]
Hemos de evitar poner toda la atención en lo intelectual o cognitivo. La comunicación para la comunión en la liturgia, y en la personalidad misma del misal, tiene que ver también con la ritualidad y la gestualidad. Recordando cosas ya dichas. El encargo memorial de Cristo para establecer una forma objetiva de comunión, no es un encargo meramente oral, sino una encargo ritual. Jesús no dijo: “decid esto como memorial mío”, sino: haced esto como memorial mío (Lc 22,19).
La comunión objetiva que el misal posibilita tiene en cuenta más aspectos que el comprensivo-oral, atiende, también, al rico mundo de la comunicación humana, hecha de diversas y complementarias formas de lenguaje verbal y no verbal. Por ello, para el misal tiene gran importancia, no sólo la oración vocal con sus respuestas y aclamaciones, sino que también tiene en cuanta la comunión orante que se ejercita en la atención y la identificación creyente-efectiva, y emotiva-afectiva con las plegarias, lo que podríamos llamar oración oyente. Esta forma de comunión orante o de oración oyente es la mayoritaria en la liturgia eucarística, sobre todo en las anáforas en las que los fieles oran oyendo y asintiendo[7]. Sin olvidar una gestualidad, también orante y complementaria[8].

Libro de la comunión con Cristo es su Misterio Pascual
La comunión en la persona de Cristo, comunión en su sacrificio, comunión en sus misterios, a través de la medición sacramental, en la fe de la mesa eucarística, son aspectos que es necesario considerar. Cristo establece explícitamente un vínculo inseparable para los que confiesan su Nombre, entre el: tomad y comed esto es mi Cuerpo (Mt 26,26) y el: permanece en mí y yo en él (Jn 6,56). Hasta el punto de afirmar con contundencia: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros (Jn 6,53). El misal suplica que la oblación ritual se convierta en sacramento de la oblación de la existencia de Cristo, y, por tanto, sea medio que restablezca la comunión con Dios[9]. El misal manifiesta el dinamismo de la comunión que se inicia con la Encarnación del Verbo y que está destinada a la divinización de los hombres, “proyectada” y “operativa” sacramentalmente[10]. El misal pide que el culto espiritual-ritual del pueblo se identifique con el sacrificio redentor de Cristo, como un auténtico culto de comunión[11]. Con lo que la Liturgia, en cuanto culto espiritual y ritual, actualiza el Misterio Pascual, que es un misterio de comunión[12]. En una palabra: este misterio de comunión está todo él contenido en los santos dones, sacramento de la real y sustancial presencia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo que podemos comer-beber-comulgar[13].

El misal al servicio de la comunión eclesial
La celebración de la eucaristía es expresión simultánea de comunión íntima, personal con Jesucristo, el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él (Jn 6,56), y, a la vez, de comunión eclesial, comunión en su Cuerpo, Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo, pues todos participamos de aquel mismo pan (1Co 10,17)[14]. Por tanto, las cuestiones eclesiológicas y la disciplina eclesial, no son cuestiones, ni secundarias, ni que puedan quedar al arbitrio de la subjetividad. Ciertamente la comunión eclesial procede de la eucaristía, aunque la eucaristía preceda en su origen a la Iglesia.[15]  La eclesialidad es una cualidad necesaria para que se pueda dar una verdadera y fructífera eucaristía.
¿Cómo celebrar la eucaristía sin confesar la misma fe? ¿Cómo celebrar la eucaristía sin el ministerio apostólico? ¿Cómo celebrar la eucaristía mientras permanecemos divididos? Son cuestiones sí,  de licitud y de validez, pero es, sobre todo, una cuestión de comunión. Pero a pesar de las divisiones personales, históricas y canónicas, cuando no atentan contra la fe verdadera y se prescinden del vínculo pneumático de la unidad que es el ministerio apostólico, prolongado a través de la Sucesión Apostólica, podemos hablar de una verdadera y eclesial eucaristía, aunque no se verifique una total comunión canónica. Es decir: allí donde existe una verdadera eucaristía, válidamente celebrada, existe una verdadera Iglesia y un dinamismo de eclesialidad.
Se da la paradoja que, siendo la Iglesia Católica y las Iglesias de la Ortodoxia verdadera Iglesia, y verdaderas y plenas sus eucaristías, operándose en ellas una comunión con Cristo auténtica y de alguna forma, también entre sí al faltar la plena comunión visible, no es posible la concelebración, ni la comunión sacramental[16]. No podemos olvidar que la comunión no es sólo un hecho invisible sino una realidad visible, porque la Iglesia es una mediación objetiva de salvación. Existe, sí una comunión ascendente de todos con Cristo, pero falta esa comunión horizontal que muestre el signo eficaz de la comunión.
Es claro que el misal no trata de forma sistemática estos temas. Su lex credendi se formula como lex orandi. Pero es significativo que las anáforas pidan la unidad de aquellos que participan del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Cierto que la petición supone un crecer en comunión en el seno de la misma Iglesia, pero tampoco dejaría de ser menos cierto que esta suplica desborda los límites de la propia pertenencia eclesial para pedir la comunión con todos los que participan del verdadero Cuerpo de Cristo. De esta forma se está ensanchando la comunión más allá de las fronteras de la propia comunión. Reza la segunda epíclesis de la anáfora II: Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y de la Sangre de Cristo[17].

Dimensiones de la comunión eclesial en el misal
Centremos ahora nuestra atención en los aspectos o dimensiones de la comunión que toda verdadera eucaristía opera al interior de las Iglesias apostólicas y, que los libros litúrgicos de los distintos ritos, en nuestro caso el misal romano, expresan. El misal es la expresión ritual de las Iglesias de la comunión católica que celebran la eucaristía según un mismo rito, el rito romano. De ahí la absoluta necesidad de observar su manera concreta y precisa de celebrar. Este misal manifiesta en sus plegarias las distintas dimensiones de la comunión. 1-La comunión universal reflejada en el hecho mismo de su utilización, en el calendario romano universal, en las intercesiones de las anáforas que comienzan siempre pidiendo por el Papa; también en uso de las misas ad diversa que integran en el todo eclesial, lo particular de cada uno[18]. 2-La comunión de la Iglesia particular, con la mención del obispo diocesano en las intercesiones, el calendario particular, las misas rituales donde se expresa la comunión con los hermanos en distintas situaciones sacramentales[19]. 3-La comunión con la Iglesia celestial, comunión que se da siempre, como lo reflejan la introducción al sanctus o las intercesiones de las plegarias eucarísticas; una comunión que describe un doble momento escatológico: el actual y el futuro[20]. 4-La comunión propiciatoria, como sufragio por los difuntos, a través de la misas de difuntos[21]. 5-La comunión que espera ser restaurada con la conversión de los pecadores[22]. Y, como  ya apuntáramos, la súplica para que se dé un día la plena comunión visible en la confesión de una misma fe. El corto espacio del artículo  sólo nos permite apuntar estas cuestiones.

Conclusión: un misal que prevé, testimonia y provee  la comunión
La comunión es una acción sacramental conclusiva de un iter ritual eucarístico, que acoge el misterio mismo de Cristo y el misterio de la Iglesia, para acompañar el iter existencial de los fieles. El misal romano en todos sus estadios, misal de San Pío V (como libro plenario) y el actual, del beato Pablo VI, (como sacramentario y ritual), aún con sus déficits son momentos o manifestaciones del sacramento de la Comunión. El misal presenta la comunión como una realidad teológica, eclesial y fraterna. En esta tercera edición en sus textos y en sus oraciones es un monumento a la comunión, que presenta la Misa como el medio, el sacramento, de la Comunión por excelencia, mientras dura la economía. En resumen podemos decir: que el misal es el libro de la comunión. El libro al servicio del sacramento de la comunión por excelencia: la E
eucaristía, porque la Eucaristía es el sacramento de la comunión con Cristo y con su Cuerpo.

Narciso-Jesús Lorenzo.
Profesor del Bienio de Liturgia de San Dámaso.
Profesor de Liturgia del Estudio Teológico Agustiniano de Valladolid






[1] Merece la pena para completar la reflexión leer lo que la OGMR dice en el n. 6: ambos Misales romanos, aunque entre ellos medie una distancia de cuatro siglos, recogen una misma e idéntica tradición. Pero si se examinan los elementos internos de esta tradición, se entiende cuán acertada y felizmente el primero es completado por el segundo.
[2] El fin de la vida para los cristianos griegos es la divinización, el de los cristianos de Occidente es la santidad. R. Cantalamesa, (29-III-2015. Quinta predicación de cuaresma en presencia del Papa). 
[3] Como ejemplo la oración sobre las ofrendas del Lunes Santo, donde aparece el operativo de la gracia, desde el rescate a la elevación: Mira, Señor, con bondad, los santos misterios que estamos celebrando, y ya que tu amor providente los instituyó para librarnos de nuestra condena, haz que fructifiquen para la vida eterna. PJNS.
[4] A los veinticinco años de la publicación del misal, D. Borobio escribía respecto de la eucología del misal: no es lícito preguntarnos: ¿en qué medida la Iglesia debe sentirse “atada” a estas formas oracionales? AA.VV. El Misal de Pablo VI. De “oír Misa” a celebrar la Eucaristía. Madrid 1996, 299.
[5] Pensemos en el fenómeno fan, adolescentes que cantan canciones de sus ídolos sin conocer su letra, mientras mantienen una comunicación afectiva con ellos difícilmente comparable a cualquier otra forma de identificación
[6] Sí ha habido un teólogo que se ha esforzado por ofrecer razones de crédito intelectual y de fidelidad al Evangelio por parte del cristianismo y en particular del catolicismo, frente al racionalismo, al escepticismo y al protestantismo, éste ha sido J. H. Newman. Refiriéndose la Misa nos ofrece estos testimonios en los que señala esa fuerza de comunión de la liturgia, que va más allá de un conocimiento intelectual de lo que se oye o se dice: Las oraciones no son sermones… los puritanos y otros hubieran querido cambiarlas por sermones, pensando que la gracia de sus oraciones consistían en la impronta luminosa que producen en el espíritu (Carta a Mons. L. Mosley: Letters and Corr. II, p. 233). Nada apasiona y me conmueve tanto como la misa… Ya que no es una simple fórmula de palabras, el acto más grande que puede tener lugar en la tierra. No es sólo una invocación dirigida al Eterno, sino, me atrevo a decir, la evocación del Eterno. Se hace presente en el altar en carne y en sangre, aquel ante quien se inclinan los ángeles y tiemblan los arcángeles... Las palabras son necesarias, pero como medios y no como fines, no son simples interpretaciones del trono de la gracia, sino instrumentos de consagración, de sacrificio… Rápidas, ya que Jesús pasa con ellas (Loss. II, 20, pp. 265-266).
[7] “Oración oyente”. Parece que esta designación puede ser útil, pues la experiencia nos dice, por ejemplo: durante el “relato” anafórico, que los fieles intervienen en contadas ocasiones: Sanctus, aclamación memorial y Amén. Que hacen entonces. ¿Se ausentan? ¿Se distraen? u ¿oran escuchando? Es decir: atendiendo y asintiendo. Esta es la idea del misal al poner al final de la anáfora un contundente, sentido, asumido y rotundo: Amén. En este sentido es interesantísimo el proceso de integración o marco de comunión orante de la asamblea que determinan las anáforas romanas. Comienzan pidiendo la disposición de los fieles a la acción de gracias, que mayoritariamente se dará oyendo, V/Levantemos el corazón: R/Lo tenemos levantado hacia el Señor. V/Demos gracias al Señor nuestro Dios. R/ Es justo y necesario. Y concluyen asintiendo con el Amén conclusivo de la doxología.
[8] De la gestualidad orante habla OGMR 42: La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes.
[9] Señor, que esta oblación en la que alcanza su plenitud, el culto que el hombre puede tributarte, restablezca nuestra amistad contigo (Sobre las ofrendas del 23 de diciembre).
[10] Acepta, Señor la ofrenda de la fiesta que hoy celebramos, para que por este sagrado intercambio, seamos semejantes a aquel, en quien nuestra naturaleza está unidad a la tuya (Sobre las ofrendas, misa de media noche, Navidad).
[11] Haz que esta ofrenda de tu pueblo se convierta en el sacrificio de aquel que quiso borrar el pecado del mundo (Sobre las ofrendas del Bautismo del Señor).
[12] Concédenos, alegrarnos, siempre por estos misterios pascuales, y que la actualización continua de tu obra redentora sea para nosotros fuente de gozo incesante (sobre las ofrendas del sábado de la octava de pascua).
[13] Renovados por la recepción del Cuerpo santo y de la Sangre preciosa… (Después de la comunión, XII del tiempo ordinario).
[14]San Agustín, señalando el hecho de comulgar, enseña: es vuestro misterio quien se encuentra en la mesa del Señor, es vuestro misterio lo que recibís… Sed lo que veis, y recibid lo que sois (Serm 272).  
[15] Benedicto XVI en SCa 14 responde la pregunta: ¿qué es primero la eucaristía o la Iglesia: En la sugestiva correlación entre la eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la eucaristía, la primera afirmación expresa la causa primaria: la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz.
[16] San Juan Pablo II aborda esta cuestión en Ecclesia de Eucharistia, n. 44  leemos: Precisamente porque la unidad de la Iglesia, que la eucaristía realiza mediante el sacrificio y la comunión en el cuerpo y la sangre del Señor, exige inderogablemente la completa comunión en los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico, no es posible concelebrar la misma liturgia eucarística hasta que no se restablezca la integridad de dichos vínculos.
[17] La misma idea puede contemplarse -idea de súplica por una comunión creciente en el seno de la propia Iglesia y en camino de una comunión plena de todos los cristianos- en la anáfora III: fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo formemos en Cristo un solo Cuerpo y un solo Espíritu. Los que participan del verdadero sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, las Iglesias apostólicas, incluso aquellos que de alguna forma, sin tener el sacramento en plenitud, confiesan alguna suerte de comunión eucarística, van creciendo en la comunión con Cristo que irá derivando en un dinamismo eclesial que culmine en una reconstrucción de la unidad eclesial y eucarística.
[18] En el canon romano la primera intercesión es por la Iglesia. El texto expresa claramente la ofrenda del Sacrificio en beneficio, en primer lugar, de la Iglesia: este sacrificio santo y puro que te ofrecemos, ante todo, por tu Iglesia santa y católica.
[19] Las anáforas de reciente creación expresan la identidad de la Iglesia que se realiza en la porción del pueblo de Dios que es la Iglesia diocesana. Así por ejemplo, la anáfora por diversas circunstancias I, reza: Renueva, Señor, a tu Iglesia que está en N. con la luz del Evangelio.
[20] Por ejemplo el protocolo final de los prefacios señala esa comunión doxológica de la totalidad de la Iglesia, así el prefacio III de Adviento, de contenido explícitamente escatológico, reza: Por eso, mientras aguardamos su última venida, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos el himno de tu gloria.
[21] El valor propiciatorio del sacrificio que se ofrece en virtud de la comunión eclesial. Reza la oración sobre las ofrendas (p. 1106): Ten misericordia, Señor, de tu siervo N., por quien te ofrecemos este sacrificio de alabanza, para que en virtud de este piadoso culto de reconciliación, merezca resucitar a la vida. PJNS.
[22] Esta oración sobre las ofrendas por el perdón de los pecados, expresa esta comunión solidaria con los pecadores, porque la ofrenda será el mismo Cristo, víctima de propiciación: Mira propicio, Señor, esta ofrenda que presentamos a tu majestad por nuestras culpas, y concédenos que el sacrificio del que brotó el perdón para los hombres